lunes, 19 de mayo de 2014

Un domingo.


Ese cúmulo de sentimientos que se agolpa en mi interior, esa furia, esa ira, esa tristeza, esa alegría. La masa va aumentando hasta un tamaño irreal: necesitan salir. Necesitan explotar, gritar, llorar, saltar. Que todos lo sentimientos guardados y escondidos durante muchos años vean la luz, que vean quiénes son. Mis cuerdas vocales intentan soportar la ferocidad con la que intentan escapar. En cambio, recorren otro camino, mucho más sencillo de estimular. Saben que ellas no se pueden contener. Los dedos aprietan con fuerza el bolígrafo haciendo que la hoja medio escrita se rasgue, se rompa. Mi cuerpo se incorpora y busca con la mirada un cuaderno. La fuerza con la que los dedos la abren es abrumadora. La página en blanco se llena de letras y palabras, frases en las que los sentimientos se exponen sin ninguna vergüenza. Cuando termino, un largo suspiro se escapa por mis labios, haciéndome sonreír. Se oyen truenos y, poco después, una tormenta típica de un domingo inunda el silencio que persiste en mi habitación. Me dejo llevar por la sintonía que producen las gotas en mi ventana. La cama me susurra palabras soñolientas, lo que hace que en unos instantes ya esté dentro de ella. A lo lejos escucho el sonido de las cuerdas frotar contra un arco resistente y fuerte. El violonchelo de mi hermano me adormila y, mezclando las tonalidades de la tormenta y del concierto de Bach, consigo caer en un profundo sueño lleno de irrealidades con las que disfruto enormemente.
Sé que la fotografía no muestra una tormenta,
pero como la hice y edité yo, me hizo ilusión
subirla, pues fue un domingo.

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