Ese cúmulo de
sentimientos que se agolpa en mi interior, esa furia, esa ira, esa
tristeza, esa alegría. La masa va aumentando hasta un tamaño
irreal: necesitan salir. Necesitan explotar, gritar, llorar, saltar.
Que todos lo sentimientos guardados y escondidos durante muchos años
vean la luz, que vean quiénes son. Mis cuerdas vocales intentan
soportar la ferocidad con la que intentan escapar. En cambio,
recorren otro camino, mucho más sencillo de estimular. Saben que
ellas no se pueden contener. Los dedos aprietan con fuerza el
bolígrafo haciendo que la hoja medio escrita se rasgue, se rompa. Mi
cuerpo se incorpora y busca con la mirada un cuaderno. La fuerza con
la que los dedos la abren es abrumadora. La página en blanco se
llena de letras y palabras, frases en las que los sentimientos se
exponen sin ninguna vergüenza. Cuando termino, un largo suspiro se
escapa por mis labios, haciéndome sonreír. Se oyen truenos y, poco
después, una tormenta típica de un domingo inunda el silencio que persiste en mi
habitación. Me dejo llevar por la sintonía que producen las gotas
en mi ventana. La cama me susurra palabras soñolientas, lo que hace
que en unos instantes ya esté dentro de ella. A lo lejos escucho el
sonido de las cuerdas frotar contra un arco resistente y fuerte. El
violonchelo de mi hermano me adormila y, mezclando las tonalidades de
la tormenta y del concierto de Bach, consigo caer en un profundo
sueño lleno de irrealidades con las que disfruto enormemente.
Sé que la fotografía no muestra una tormenta,
pero como la hice y edité yo, me hizo ilusión
subirla, pues fue un domingo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario